Se trata de extender socialmente una serie de valores éticos comúnmente aceptados
Afirma Carlo Alberto Brioschi en su magnífica y recomendable Breu història de la corrupció (La Campana, 2004) que si la corrupción pudiese resolverse mediante disquisiciones teóricas y alguna lección de sentido cívico, todo sería muy sencillo. La solución es pues algo más compleja. Decía el siciliano Leonardo Sciascia en Corda pazzaque la corrupción había devenido toda una costumbre que impregnaba la cultura, se entiende que la italiana o meridional de su entorno. Pero más al norte, el reputado politólogo Maurice Duverger nos ha recordado cómo los ministros ingleses se aseguraban históricamente las mayorías comprando votos en Westminster. Así, en la Cámara de los Comunes llegó a existir una ventanilla donde sus señorías ponían la mano, en el sentido estricto del término, hasta el punto que en 1714 se creó el cargo de secretario político de la tesorería para encauzar dichos menesteres.
Todo ello viene a colación a raíz del documento Propuestas y reflexiones del presidente de la Generalitat en materia de transparencia y regeneración democrática, de 22 de febrero pasado, que, en su apartado más voluntarista y bajo la rúbrica “La regeneración democrática: una responsabilidad de todos”, alude a la necesidad de fomentar socialmente las buenas prácticas, la honestidad, la transparencia y la asunción de responsabilidades, además de conseguir un compromiso activo de toda la sociedad, con la colaboración de los agentes sociales y de todo el tejido asociativo, en el estímulo de comportamientos éticos y de defensa del interés general.
Es cierto que algunas normas disminuyen los abusos de la ley (verbigracia, el Código Penal). Pero no es verdad que a veces la elefantiasis normativa, como decía Tácito, todavía predispone más a la corrupción. Definitivamente, las normas son no la única y taumatúrgica solución. Pues si aceptamos que la corrupción es algo consustancial a la condición humana, lejos de un tratamiento reglamentista, se trata de crear, de forma realista, el marco institucional que condicione dicha pulsión social y de extender socialmente una serie de valores éticos comúnmente aceptados. Finlandia, que lidera entre otros rankings de excelencia el de los países menos corruptos, se rige, ante todo, por el principio de transparencia absoluta, algo muy en boga aquí estos días. Sépase sin embargo que los fineses han trasladado esta exigencia a todas las cuentas, y no solo las públicas, esto es, a todos los ingresos declarados por los residentes en ese país. Habría que ver si por estos lares, donde el paradigma de la pulcritud se troca fácilmente en picaresca, la sociedad accedería a ello.
Por otro lado, se dice que la tangentópolis española y catalana, el oscurantismo partitocrático, la decadencia del modelo representativo y el anquilosamiento administrativo demandan la adopción de mecanismos duraderos que erradiquen los excesos de una élite “perversa”. Hoy día, el problema de la oligarquía ya no es el que retrataron Platón y Aristóteles, la aristocracia del dinero, sino las oligarquías de burócratas en la Administración, partidos o sindicatos. Quizás por ello, Richard Sennett criticaba la semana pasada en Barcelona tanto a la izquierda que aspira como si nada al retorno del viejo mundo como a los neoliberales que se niegan a admitir que el sistema es insostenible, ha quebrado y debe reinventarse. El lúcido sociólogo norteamericano, que ha escrito sobre lo que él denomina “la época del narcisismo exacerbado”, postula la necesidad de imponer el respeto común y la cooperación en tiempos de crisis; y cree, no sin razón, que el liberalismo ha cultivado la indiferencia social y destruido las relaciones sociales. El futuro se debate pues entre la tecnología individualista, las redes sociales, o las iniciativas cooperativas de la primavera árabe, el 15-M o el movimiento en pro de los desahuciados hipotecarios. Aunque, volviendo a Sennett, estamos en pleno lodazal y quien diga que tiene la respuesta ideal para salir de él es que forma parte del lodazal y no de la solución.
Article publicat a El País (13/03/2013)