
Con este eufemismo los aliados de Trump han definido que quien la hace la paga y que la libertad de expresión no permite tener “malas ideas” como criticar al presidente estadounidense. EE.UU., adalid de la libertad de expresión, gracias a la primera enmienda de la Constitución, transita ahora hacia un régimen autoritario en el que se permite la censura de los medios de comunicación que ironizan sobre el cabecilla republicano, como cuando aquí se perseguían titiriteros o rappers por denostar al Rey o enaltecer el terrorismo.
¡Qué paradoja! Entonces aquí clamábamos para que los jueces españoles acogieran la modélica y liberal doctrina del Tribunal Supremo estadounidense, que con los años había ido impregnando al Tribunal de Estrasburgo sin que ni el Supremo ni la Audiencia Nacional españoles se enteraran demasiado, y que permitía el derecho a la crítica política sin apenas las restricciones, en el National Mall de Washington, que aquí se perseguirían como delito de ultraje.
Asistimos a un momento preocupante si tenemos en cuenta el efecto contagio que suele tener todo lo que viene de la Administración Trump entre la internacional autócrata del mundo que le adula, pero también por el silencio cómplice de algunos regímenes democráticos europeos. La cadena ABC, sucumbiendo a la presión de regulador audiovisual federal, ha cancelado el show nocturno de Jimmy Kimmel [finalmente, al parecer, solo por unos días, después de unas conversaciones que no han trascendido] y el movimiento MAGA puede exhibir ahora como un trofeo de caza la cabeza del ingenioso y popular presentador de la cadena propiedad de Walt Disney.
El comediante, en realidad, sólo se burló de la reacción delirante del presidente cuando mezcló el dolor por la muerte de Charlie Kik con las obras de la sala de baile de la Casa Blanca. Lo que molesta a Trump, pues, son las sátiras sobre su persona, no los supuestos monólogos que profanan la memoria de los fallecidos, como demuestra el hecho de que no hace demasiado ya había asegurado que el 97% de las cadenas de TV le son hostiles y que habría que retirarlas la licencia.
De consumarse estas amenazas se estaría contraviniendo la Constitución y la primera enmienda. Ya veremos. No siempre le salen bien sus bravatas al presidente fanfarrón. Cualquier juez federal puede pararle los pies, aunque siempre le queda el Tribunal Supremo que controla de forma abrumadora. Hace poco un juez de Tampa rechazó la demanda contra The New York Times, el medio progresista más importante e influyente del mundo, al que reclamaba hasta 15.000 millones de dólares por lo que el juez consideró una queja “impropia” e “inadmisible”. Afortunadamente, el sistema de checks and balances característico del sistema político norteamericano funciona.
¿La cuestión ahora es quién será el próximo en recibir? Sin libertad de expresión no existe una verdadera democracia. Si no es el conductor de un talkshow nocturno, considerado una pieza de caza mayor, puede ser un redactor, un locutor de radio o un opinador… En poco más de un año se ha pasado del despropósito de hostigar a la cultura woke en la censura más bárbara, como la que hacen los más grotescos dictadores. No quiero decir que la libertad de expresión sea un derecho absoluto. En una sociedad abierta, plural y democrática también existen limitaciones que tratan de equilibrar este derecho con otros derechos, principios y valores sociales como la dignidad humana o el orden público, en ningún caso el ego, el narcisismo o el autoritarismo de un gobernante.
Joan Ridao
Professor de Dret Constitucional de la Universitat de Barcelona